CÓMO CONVERTIRSE EN DIRECTORA EN EL CINE MUDO

Es difícil imaginar el camino a seguir para convertirse en director cuando el cine era mudo. Ser mujer y estar al mando de una película era una ecuación aún más complicada en aquellos tiempos. En una España poco industrializada pero que rápidamente se lanzó a producir obras para la pantalla, hubo también incipientes realizadoras. Han sido poco estudiadas, en parte porque las películas que rodaron se han perdido. La historia de los orígenes de nuestro cine es fragmentaria. Está llena de incógnitas y huecos que llenar sobre sus obras y autores debido a la ausencia de materiales a causa de su destrucción. Un abismo que afecta particularmente a esas primeras directoras, desconocidas y olvidadas durante décadas.

Creemos que el acceso de la mujer a puestos de responsabilidad artística y creativa es un fenómeno reciente. Sin embargo, en las primeras décadas de la historia del cine hubo mujeres que llegaron de manera más rápida al ámbito de la dirección o la producción que en décadas posteriores, cuando el sector se industrializó. Ocurría en España (con un par de casos contados) o en Estados Unidos, donde Mary Pickford o Mabel Normand son un ejemplo de ello.

Esa falta de profesionalización es la que permitía saltar sin problemas a la dirección, fundamentalmente a las actrices. Había carencia de personal preparado y lo urgente era surtir de novedades a los cada vez más numerosos seguidores del séptimo arte. Empezar en la profesión viniendo de otros ámbitos no era tan raro. Tener experiencia en el teatro era una ventaja. Contar con dotes interpretativas y manejar la adaptación de textos literarios eran dos de los factores clave de ese primer cine, que bebía de un extenso repertorio de temas populares ya probados en los escenarios para atraer a los espectadores.

Helena Cortesina y Elena Jordi eran rostros y nombres conocidos por los aficionados. Ambas habían triunfado en los escenarios dando el salto al celuloide. Cortesina destacaba por su modernidad y osadía (se le atribuye uno de los primeros desnudos teatrales) y Jordi resultaba muy familiar junto a su hermana Tina, también intérprete.

Valencia y Barcelona eran dos importantes centros de producción cinematográfica del momento. Allí surgen estas pioneras, quienes figuran como las primeras directoras en la península pese a que no se han conservado sus trabajos, firmados en 1918 (Jordi) y 1921 (Cortesina).

Los filmes de vena folclórica y popular predominaban en las carteleras. Es el género al que pertenece ambos debuts: Cortesina con Flor de España o La vida de un torero (que narraba el romance entre un diestro y una bailarina, con música compuesta por Tomás Bretón para ser tocada en directo). Mientras que Jordi escoge una opereta de Massenet, Thais, llena de exotismo y amores imposibles. Son propuestas de éxito asegurado al enmarcarse dentro de la corriente comercial de la época, pero no se sabe con seguridad cuándo se estrenaron ni la acogida que tuvieron. Sí está claro que ambas realizadoras -que también produjeron las cintas- prefirieron continuar su trayectoria en el teatro y el cine quedó como un episodio pasajero.

Todavía algunas décadas después pervive esta tendencia cuando Rosario Pi -primera directora de la etapa sonora- vuelve a apostar por el mismo género, eligiendo un libreto muy recordado del Maestro Penella (con sus dosis de españolismo y pasión llevada al extremo). El gato montés supone su estreno como realizadora y fue bien recibida.

Al contrario que sus predecesoras, Pi no proviene del mundo de las tablas ni ha destacado como intérprete. Responde a otro perfil, poco habitual para una mujer: es la encarnación de una empresaria cinematográfica. Una personalidad influyente en su momento, con una importancia crucial, ya que llegó a dirigir una productora, la Star Film, y escribió algunos guiones para nombres muy conocidos del panorama nacional. Su interés personal fue clave para impulsar filmes que triunfarían y marcarían a los espectadores como Yo quiero que me lleven a Hollywood (de Edgar Neville) o El hombre que se reía del amor (Benito Perojo).

El reconocimiento alcanzado le permitió dar continuidad a su carrera como realizadora. Bajo el paraguas de la poderosa productora Cifesa rodó en 1938 Molinos de viento (la adaptación de una zarzuela). Su segundo largometraje no se estrenó en nuestro país por la llegada de la guerra civil. Pi se marchó a Francia con el material rodado para realizar el montaje lejos del conflicto. El exilio se prolongó más de lo deseado. Tras Francia pasó por Italia, donde fue representante de la actriz María Mercader, dejando en suspenso su trabajo detrás de la cámara. No hubo más oportunidades y nunca volvió a retomarlo.


 

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