Olvídate del Chanel falso de "La Agrado", de los modelazos de Tacones Lejanos o de las extravagantes ocurrencias de Jean Paul Gaultier para Kika. Dos de las piezas más icónicas del universo Almodóvar, con un papel destacado en sus películas, fueron diseñadas por Antonio Alvarado y seguro que las recuerdas. No son otras que la camisa estampada que luce Eusebio Poncela en La ley del deseo (1987) o los complementos de María Barranco -una torera ribeteada con madroños, un par de zapatones y unos pendientes cafetera- en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988).
Ahora, cuando se cumplen 35 años del estreno de este último filme que lanzó al director manchego internacionalmente, nos fijamos en dos títulos emblemáticos de su carrera de la década de los ochenta e indagamos en cómo la ropa funciona como un eje vertebrador de sus tramas.
A estas alturas a nadie se le escapa que la moda cumple un rol fundamental en la construcción del imaginario visual de Almodóvar. Es imposible entender el carácter y la psicología de sus personajes sin fijarnos en cómo visten. El vestuario es (junto al color, el interiorismo o la dirección artística) una de las claves que convierte sus imágenes en un festín para la vista. El realizador supervisa y toma personalmente muchas de las decisiones referidas a estos aspectos. Es así desde el inicio de su trayectoria y quizás por eso, aunque siempre se ha rodeado de grandes profesionales en estas disciplinas, la elección de los modistos que colaboran en sus trabajos tiene una importancia decisiva.
Almodóvar aprovechó el estallido creativo de los ochenta incorporando la labor artística de muchos nombres del panorama español de la moda de la época. Antonio Alvarado o Francis Montesinos son dos de los diseñadores que revolucionaron las pasarelas llevando el espíritu de la 'movida' a sus modelos. Ambos se sumaron al plantel de colaboradores de lujo de las producciones que hemos citado, y de otras como Matador (1986) o Entre tinieblas (1983) -en el caso de Montesinos-.
La visión innovadora en el corte y el ensamblaje de Alvarado se materializa en una de sus piezas más célebres: la camisa compuesta a base de retales de pañuelos de la firma Hermés que lleva el protagonista de La ley del deseo. Cuando José María de Cossío (figurinista en el filme) la vió, supo que era el look que necesitaba el personaje de Eusebio Poncela, quien encarna a un director de éxito, gay, que se enreda en una relación enfermiza con otro de los protagonistas de la película, Antonio Banderas. Almodóvar usa esta prenda con un interés dramático y la convertirá en una de las pistas que ayudan a resolver un crimen que se produce entre los miembros del triángulo amoroso protagonista.
Así nos encontramos con que la camisa (no siempre la misma) aparece en más de una ocasión -desde los primeros minutos hasta la resolución de la historia- y no está siempre en manos del mismo personaje. Aunque vamos a evitar cualquier spoiler, se usa como un arma de seducción que sirve tanto para cometer un asesinato a través del engaño como para descubrirlo. Almodóvar concentra el interés en un elemento menor del vestuario que inicialmente pasa desapercibido para los espectadores, desde su aparición en las secuencias de la fiesta del principio, hasta adquirir tintes policíacos según avanza el metraje.
En Mujeres..., la segunda colaboración de Alvarado, éste se ocupó de crear el estilismo de Candela (interpretada por María Barranco) con un descarado toque kitsch que se refleja en los famosos pendientes con forma de cafetera que acompañan al personaje desde que aparece. Son un imán visual que concentra toda la atención en el rostro y en el tono desesperado de sus palabras; pero al mismo tiempo rebajan el drama dando un sentido tragicómico a lo que cuenta a la vez que son un apoyo visual para definir su personalidad y su profesión (la de una modelo en el excéntrico Madrid de finales de los ochenta).
Sus zapatos, otra invención afortunada de Alvarado (realizados en tela vaquera y con una gruesa suela), vuelven a servir como apoyo narrativo para Almodóvar en una película disparatada, donde el intento de suicidio de Candela tirándose por la terraza se salda con un zapato caído y abandonado en medio de la calle. Su hallazgo es una excusa perfecta que aprovecha el guión para levantar una divertida secuencia con un diálogo surrealista entre Carmen Maura -la dueña del ático en el que se ha refugiado Candela-, y Chus Lampreave - la célebre portera de la casa y testigo de Jehová que se lo encuentra-.
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