MODA PARA TODOS LOS CUERPOS Y EDADES

¿Qué ocurre con los papeles que desempeña una actriz cuando alcanza la madurez? ¿Se refleja en cómo viste en sus películas? Los cuerpos no normativos y la edad no fueron un límite para que actrices muy populares del cine de los años sesenta pudieran escapar de los estereotipos e incluso mostrarse sexys o igual de elegantes que sus compañeras más jóvenes.

En un momento en el que el concepto de moda inclusiva quedaba muy lejos, ser mayor no era sinónimo de evitar las tendencias o de no buscar alternativas para destacar en la pantalla. Pero no nos engañemos, no era lo habitual. Hay algunos ejemplos de películas y actrices (escasos, la excepción nunca fue la norma en la España gris del franquismo) donde el vestuario desafió lo establecido. Veamos de qué manera.

Una vez superados los cincuenta era prácticamente imposible que a una mujer se le ofreciera ser la protagonista. Quedaban limitadas a apariciones secundarias como madres, abuelas o tías (por supuesto con la etiqueta peyorativa de "solteronas"). Actuaban como comparsas de la estrella (a veces infantiles), lo cual no quiere decir que no brillaran dentro del reparto. Algunas, grandes cómicas como Rafaela Aparicio o Florinda Chico, convirtieron en oro sus intervenciones y cimentaron su carrera en esos momentos estelares.

Pero su imagen se plegó a unos estereotipos muy cerrados. Por su edad y su fisonomía se  les encasilló en roles de sirvientas, aprovechando también su desparpajo y naturalidad.  Se repitió tantas veces que se hizo difícil imaginar a Rafaela Aparicio sin su delantal, su  aspecto modesto, encerrada en el espacio de una cocina.Tuvo que llegar Carlos Saura para  romper ese molde definitivamente. Les ofreció, tanto a Aparicio como a Florinda Chico, sus   primeros papeles dramáticos (en Mamá cumple cien   años y Cría cuervos respectivamente). 

Aunque mucho antes, en las comedias del desarrollismo, ya se habían ensayado esas  rupturas. Llevadas por un humor absurdo, las producciones de la época modernizaron su  aspecto jugando con la parodia e intentando provocar la carcajada del público.

La España de celuloide se enfrentó con una mezcla de risas y reservas al terremoto que el  surgimiento de la moda juvenil había provocado en el mundo entero con la llegada de los    años sesenta. Esta obsesión por lo joven -con su símbolo más reconocible, la minifalda- y el nacimiento del pret-à-porter inundaron el mercado con una completa gama de prendas y productos  asequibles para todos. El empuje de esta nueva cultura pop alcanzó también al cine, que  actuó como gran difusor de los nuevos comportamientos y actitudes, que venían marcados   por un estilo más personal y cambios en la forma de vestir. 

El cine comercial de Pedro Lazaga recoge esa transformación. Las secretarias (1968) y Las amigas (1969) se acercan a esos modelos de mujer de la mano de las musas de la época, como Teresa Gimpera o Sonia Bruno, iconos proclamados también desde las páginas de las revistas. Como contrapunto coloca a Rafaela Aparicio o Florinda Chico (que sólo tenía 42 años), quienes sin encajar dentro de los cánones, modifican su silueta para la ocasión. Se atreven con faldas más cortas de lo habitual y con estampados de fantasía en tonos fuertes y llamativos en la misma línea que el resto del reparto.

Adiós a la paleta monocroma (de blancos, grises o negros) que había marcado su guardarropa. El vestuario no escondía ni disimulaba sus cuerpos y resaltaba su figura. Al seguir los patrones que imponían las más jóvenes estos filmes lanzaban un mensaje adelantado a su tiempo, hoy plenamente normalizado: el poder de la moda para romper esquemas y su uso por todas las mujeres, sin que la edad, el peso o la diversidad suponga un límite.

Se trata de ejemplos puntuales que no consiguieron desviar sus trayectorias. Fue más fuerte el estereotipo al que estaban asociadas. El machismo de la industria, una sociedad todavía pacata y unos físicos no normativos las mantuvieron encasilladas.

Pese a ello en A 45 revoluciones por minuto (1969) un grupo de mujeres mayores crea un club de fans de un conjunto musical para quienes organizan una fiesta de bienvenida ataviadas con vestidos cortos, minifaldas y numerosos complementos de estética ye-yé. Protagonizan una secuencia alocada que insiste en ese planteamiento "aperturista" respecto a la vestimenta, recurriendo otra vez a Rafaela Aparicio y a otros rostros conocidos como el de Margot Cottens.

Otro nombre fundamental relacionado con la moda es Isabel Garcés, recordaba por  acompañar a Marisol en sus grandes éxitos cinematográficos. Antes de esa enorme  popularidad alcanzada fue una respetada intérprete de los escenarios durante más de tres  décadas. Hizo su entrada en el cine con casi  60 años. 

Su debut estuvo marcado por el genio de la alta costura, Cristóbal Balenciaga, su amigo personal. Ya la había vestido fuera y dentro de las tablas, y también lo hizo en su nueva etapa para la pantalla, diseñando personalmente el vestuario que luce en   cuatro de sus películas. Fue la actriz a la que más veces vistió el maestro vasco, por encima de otras estrellas como Sara Montiel o Conchita Montenegro. 

Esta circunstancia dio lugar a situaciones paradójicas, como en la película Mi último tango  (Luis César Amadori, 1960), donde encarna a una contrabajista que busca trabajo junto a su protegida, Sara Montiel, que viste modestamente. La pobreza de la situación no se refleja en el atuendo de Garcés, tocada con los famosos sombreros casquete de Balenciaga (algunos decorados con plumas), estolas de piel y conjuntos de paño de corte elegante. Una caracterización poco creíble para la historia que, sin embargo, presenta de forma seductora y rutilante a una mujer mayor.


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